sábado, 16 de mayo de 2009

Cuento por entregas

Cementerio de Mascotas
en esta entrega:

Gato gris,
Lógica,
gatos fantasmas,
Intituti,
y Toto el perro.

Desde niña tuve gatos, mi primer gato estaba allí antes de que yo naciera, se llamaba Monday, pero su vida y obra me la sé de oídas: un día se fugó dando un brinco suntuoso desde el 4to. piso, una vez lejos de las garras de mi madre, volteo y con un enfático miau! se alejó corriendo con la cola erizada como zorrillo. Mi madre afirma que enfurecido y celoso por razones desconocidas, firmó con su esencia de macho encabritado sobre sus dibujos, dándole un claro mensaje: -me importas un bledo, y que te quede claro que esta es la última!-. Mi mamá tenía una exposición en puerta unas cuantas semanas adelante, así que solo lloró por su desgracia y no por la ausencia del meón. Aún ahora la esencia de ese descarado está presente por que las pelucas que heredé de mi madre todavía huelen a sus meados, pero aún así me los aguanto de vez en vez… miles y miles de lavadas no han hecho la diferencia.

Luego de la fuga con recordatorio del Monday, llegó a mi vida Lógica, el nombre fue propuesto por mi madre, que consideraba que de esa manera su vida, su mente o no se qué de ella adquiriría las características del nombre que la inocente gata sostenía, y claro se volvió un tótem. Lógica vivió un tiempo con nosotros; habré tenido unos 6 años cuando desapareció y dijeron que se había fugado también. Dos décadas después mi madre me confesó que Lógica había muerto de parto, pero en ese momento no quiso decirme para no generarme un trauma innecesario… suficiente con los que ya tenía, pues desde entonces estaba en terapia una vez por semana.
Lógica era atrevida, escalaba fácilmente las cortinas, que eran como de lanita y una vez arriba maullaba de miedo para que le hiciera una resbaladilla y bajar trabajosamente con ojos de plato. Realmente la amaba por que compartíamos la leche con quick de vainilla de la noche, o de cualquier sabor, creo que el que menos toleraba era el de fresa, pero se volvió mi favorito luego que la vi tomado leche con su patita en mi vaso.

Después de la misteriosa desaparición de Lógica fuimos a casa de una señora a buscar dos siameses, la hembra fue Lógica de vuelta y el gato ostentaba el nombre de Massiosare, quien en aquel entonces era uno de mis personajes favoritos del himno nacional, por que además, como acababa de aprenderlo lo cantaba todo el día. Ciertamente un par de semanas después descubrí que si cantaba el himno golpeándome repetidamente las rodillas no debía pasar horas sentada en el escusado para hacer popó; desde entonces esta sabiduría la comparto con los estreñidos, quienes ingenuos no sé si han seguido mis recomendaciones, pero ahora si que ese es pedo de ellos.

Este par de gatos vivia en el closet y raras veces se les veía tomando el sol o si quiera tomando agua, eran unos gatos fantasmas así que de ellos, no sé que fue.

Tiempo después tuve a mi primer perrita la Honey que fue nombrada por mi pues cuando escuchaba “La pantera… gruauuu” pasaban bastante seguido una linda canción que se convirtió en nuestro himno juntas en los largos paseo por el parque México: “Dance Bunny Honey, dance, dance…” realmente fue una experiencia fabulosa la convivencia con ella, era mi deseada hermana. Salíamos juntas a pasear todos los días después de comer y hacer la tarea; pero sobre todo la amorosa Intituti (sobrenombre amoroso) soportaba la vergüenza de ir por la calle conmigo sobre una carriola, con pañal “cagado” y toda la cosa (una sofisticada dosis de inconciencia y deseo hacia que cargara con leche, mamelucos y pañales pero sobre todo preparaba suficiente “popó” que luego le untaba al pañal sin resortitos, era una audaz mezcla de mostaza y harina en grumos que daba toda la finta de ser popó de recién nacido... todo un arte!)

Crecí junto con Honey, también creció la Susanita que TODAS llevamos dentro. Ella fue testigo de mi primer beso, corredora eficaz detrás de mi vagabundo amarilla, creo que hasta la primer pacheca le tocó. Mi abuela Mamani, la había enviado como regalo de cumpleaños a México, por avión, así que la pobre temblaba cada vez que se escuchaba un trueno, un cuete o cosas así. Era muy pequeña cuando llegó a casa así que para no sentirse tan mal tomó un peluche mío y lo convirtió en su madre. La madre sustituta era una especie de almohada peluda, entre gris y negro, aunque su color original era blanco, la madre sustituta era húmeda y pesada por que la Honey la mamaba todo el día esperando leche. El húmedo y gris adefesio resultó ser usado por Margarita mi hermana como la máxima broma: si entrabas a su cuarto de hurtadillas, una cosa pegajosa que recordaba a un perro de peluche caía sobre ti, luego caía mi hermana a gritos.

Honey tuvo un compañero, pero eso no le quitó la maña de llevar para todos lados a su madre sustituta, a veces te las encontrabas sobre tu cama, otras sobre el sillón de la sala, pero en mi casa siempre se respiró mucha libertad así que solo las bajabas y le dabas vuelta a la almohada. Toto fue su compañero, el llegó a nuestra vida de arrimado por que no lo querían en casa de la abuela de mis hermanas, así que un día fuimos a recogerlo la perra Honey y yo; íbamos en mi primer coche, un vocho rojo 1969, unas cuadras después de haberlo recogido y andando por una calle pequeña de doble sentido el muy loco se tiró por la ventana, me orillé como pude y corrimos tras él, luego de vueltas y vueltas detrás del peludo por fin se dejó subir al coche. Nunca pensé que comenzaba una época de horror.